Su majestad el bebé: La tiranía de los niños

Publicado en el semanario VistaPrevia, julio 2016 
Por Zindy Valencia
Psicoanalista coordinadora de la Asociación de Psicoanálisis Lacaniano de Arequipa

Fotografía de Henley Design Studio en Unsplash

En su texto de “Introducción al narcisismo” de 1914, Sigmund Freud utilizó la frase “His majesty the baby”, cuya traducción es “su majestad el bebé”, para referirse a los niños que eran criados con excesivo cuidado, de manera que estos no estén sometidos a las peripecias que pasaron los padres [1]. ¡Nada ha de faltarles! ¡Nada deberá hacerlos sufrir! ¿De qué se trata este golpe de estado que ha subsumido a una familia entera a la voluntad de un niño?

El padre ha muerto, la ciencia lo ha matado

La revolución industrial nos trajo comodidad, tecnología y saber. Antes de ella, la agricultura era la actividad de trabajo más grande y los ciclos del cielo ordenaban la vida: uno se despertaba con el sol y se dormía con la obscuridad, las estaciones decían cuándo se cosechaba y cuándo se sembraba [2]. La llegada de las máquinas trastocaron los horarios, porque ellas no necesitan ni dormir ni aprender. Mientras un bebé se demora 2 años en caminar, 5 años en entender conceptos abstractos y 25 años en consolidar una carrera para empezar a trabajar, una máquina nueva hace cosas extraordinarias a penas la enciendes. De a pocos fuimos sustituyendo a nuestro padre, que todo lo sabía, por Google que todo lo sabe.

Los objetos de la técnica inundaron el mercado y lo que compramos hoy es obsoleto mañana. Ni el sol ni el cielo tienen más relevancia sobre el tiempo; pero el iPhone sí y ya es tiempo de cambiarlo, las bebidas energizantes nos hacen olvidar que es hora de dormir, y el internet reduce las millas marítimas a cero.

Hiperaceleración

El mercado también tiene como objetivo a los niños. Han leído en la sociedad lo mismo que Freud dijo en 1914: un padre no querrá que nada le haga falta a su hijo. Y como el saber científico ha desplazado al padre, nadie sabe más de tu hijo que la ciencia, o al menos eso es lo que se nos dice desde la educación, desde la televisión, en las revistas… Y “no se les pega a los hijos porque se los puede hacer criminales, no se les grita a los hijos porque les puedes causar un trauma, no se les dice ‘no’ a los hijos porque los frustras”. Así que ahora hay una gran industria de libros de “Cómo ser padres”. Y como el mercado sabe muy bien que ahora el padre ya no tiene el mismo lugar que antes, les vende cosas a los niños, quienes van corriendo donde sus padres a hacer berrinche hasta que les compren lo que quieren. Son niños hipermodernos e hiperactivos también.

La aceleración con la que el mundo cambia, ha acelerado también los cuerpos de los niños, que no encuentran mayor tranquilidad en los gritos de los padres. Estos padres, tupidos de impotencia, golpean, jalan y tiran de esos cuerpecitos agitados; pero como nada se logra con eso, los llevan con especialistas, quienes ante el niño-huracán, solo saben medicar.

¡También hay que hacerlo hipercompetente! ¡Porque así lo exige el mercado! Saliendo del colegio a clases de guitarra, de matemática, de inglés. Luego hay que hacer las tareas y a dormir porque mañana le espera otro día parecido. La dinámica familiar empieza a girar en torno a las actividades del niño y la pareja no tiene más tiempo para encontrarse ¡Nada más importante que el hijo!

¿Qué paternidad?

Los padres han renunciado a serlo, por no querer ser como sus propios padres, para no hacer pasar a sus propios hijos por "los traumas" que ellos pasaron cuando niños. Sin darse cuenta quedan encerrados en una contradicción: no quieren que sean que como uno mismo; pero cuando el niño es diferente, no lo toleran. Pareciera como que los padres quisieran una versión de sí mismos pero mejorada, un Yo versión 2.0. Como si el niño fuera un iPhone, a esto se refería Freud cuando dijo “el narcisismo del padre encuentra refugio en el niño”. Al hijo le queda elegir: o ser un objeto versión mejorada de los padres, o la rebelión.

La solución no es “todo pasado fue mejor” o volver a fundamentalismos. En la cara opuesta de los padres desautorizados que no saben qué hacer con sus hijos, están aquellos que sí saben qué hacer, y no solo eso, sino que se piensan como los únicos que lo sabrían. Son estos padres que les dicen a los profesores cómo enseñar, que les dicen a profesionales de la salud mental a qué meta llegar. Los padres todo-poderosos. 

Cabe preguntarse ¿qué es lo que no queremos repetir de nuestros padres? ¿no es acaso su goce? Ese goce mujeriego, de embriagarse, de andar con los amigos. Y en ese no saber qué hacer con el goce de los padres, tampoco se sabe qué hacer con el goce de los hijos, más que querer sacarlo del mapa familiar.

Ser padres no es fácil, y no hay por qué pensar que lo es, no hay por qué pensar que uno tiene que saber cómo serlo y tampoco hay por qué pensar que se lo conoce al hijo de cabo a rabo. El hijo es también un extraño y el mayor gesto de amor es intentar conocerlo un poco.


[1] Freud, S. (2000). Introducción del narcisismo. Sigmund Freud Obras completas (pp. 65-98). Buenos Aires: Amorrortu editores (1914).
[2] Miller, J.A. (2004). Conferencia de J.A. Miller en el IV Congreso de la AMP. Recuperado de http://2012.congresoamp.com/es/template.php?file=Textos/Conferencia-de-Jacques-Alain-Miller-en-Comandatuba.html

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