¿Cómo hacer pensar a un hombre?

Por Renato Andrade
Psicoanalista miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, la Nueva Escuela Lacaniana del Campo Freudiano sección Lima y la Asociación de Psicoanálisis Lacaniano de Arequipa




Hace unos días acudí a Teatro de octubre, en la ciudad de Arequipa, a observar la obra “33 pasos para ser un hombre dichoso”, escrita (y dirigida) por Mauricio Rodríguez-Camargo.

La obra parte de una premisa: ¿cómo poner a pensar a tres hombres que no quieren pensar? Al primero, la esposa lo ha dejado. Se ha vuelto un hombre amargado, profundamente infeliz, pero no se percata de ello. Al segundo, su mujer lo engaña, lo vive, no lo ama, pero él se ha acomodado a esa posición de desecho, resignándose. El tercero está casado con la hija del dueño de la empresa en que trabaja… pero no la desea, desea a otra con la que le es infiel, su amante. Tres hombres. Tres fracasos con las mujeres. Tres voluntades de no saber nada, de no preguntarse, de proseguir como si nada pasara. Hasta…

Hasta que se encuentran con la muerte. ¿Habrá que llegar a tanto para hacer pensar al hombre contemporáneo?

El que los va a poner a pensar es el personaje más interesante de la pieza: el cura. Es un cura que no habla de Dios. En sus manos tiene un libro que cita una y otra vez. Pero no crean que es la Biblia, ¡es un libro de autoayuda!: “33 pasos para ser un hombre dichoso” (recién comprendemos el título). 

Rodríguez-Camargo nos regala una sutil interpretación de nuestra época: al lugar de Dios ha venido la autoayuda, la administración de sí mismo, la autogestión… y demás delirios. Quizá por eso Jacques-Alain Miller reescribió del siguiente modo la palabra “delirio”: deliryo… el delirio del yo.

Pues bien, los psicoanalistas sabemos que mientras más delira el yo, más se desconoce lo inconsciente, la “otra escena”, como la llamaba Freud, que nos determina, en la que se agita una verdad, nuestros deseos más oscuros y, sobre todo, aquello que repetimos sin cesar fracasando.

¿Cómo hacer pensar a un hombre que no quiere pensar, que sólo quiere delirar en su yo, en su rutina, en su trabajo, en su adicción? Es el reto al que los psicoanalistas nos enfrentamos cada día.

La obra de Mauricio Rodríguez-Camargo lo responde a su manera: es el arte, el teatro. Primero, nos adormece con las risas (porque es una obra sumamente divertida), y luego, con la estocada del giro por el que las palabras resuenan de otro modo, ¡nos hace pensar!

Ya lo decía Jacques Lacan: los artistas nos llevan la delantera.

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