El apuro por decidir: La crisis de la vocación profesional

Publicado en el semanario VistaPrevia, agosto 2016
Por Zindy Valencia
Psicoanalista Coordinadora de la Asociación de Psicoanálisis Lacaniano de Arequipa

Fotografía de Ross Sneddon en Unsplash

En 1945, Jacques Lacan, psiquiatra francés y psicoanalista seguidor de Sigmund Freud, escribió “El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada”. En ese artículo, Lacan demostró de manera lógica cómo es que los seres humanos no sólo estamos regidos por los tiempos cronológicos –como la edad, los días, los ciclos vitales–; sino que nuestra subjetividad sucede a partir de tiempos lógicos [1].
De manera que para toda elección, decisión, etc., tenemos un instante de ver, un tiempo para comprender y un momento de concluir. Primero tomamos noticia del asunto, luego lo pensamos, le damos vueltas, lo comprendemos, para finalmente llegar a una conclusión.
Los tiempos cronológicos de una persona son diferentes a sus tiempos lógicos. Mientras que la cronología tiene una sucesión temporal: 365 días son 12 meses y 12 meses es 1 año; la lógica no avanza en línea recta, sino que lo hace a modo de un atleta de salto largo: primero retrocede para luego ir hacia adelante. Es así que un hombre le puede pedir la mano a su enamorada de la noche a la mañana, o tardar 10 años, porque los tiempos lógicos no obedecen al reloj.

Como vemos, el momento de concluir llega de manera lógica y no porque ya tengamos 18 años o 30 o 40. Sin embargo, el ritmo de vida hoy en día nos empuja a pasar del instante de ver al momento de concluir ¡Sin transitar por un tiempo para comprender! Ya no tenemos que pensar ni meditar ni cuestionar ni preguntar ¡Hay que responder ya! Los adolescentes de 16 años tienen que saber a qué se dedicarán el resto de sus vidas, y hay que tener una respuesta no para mañana, no para hoy sino para ayer.
La lógica del mercado oferta-demanda no incluye ese tiempo para comprender y nos está apresurando permanentemente: “¡compra ya!”, “¡llévatelo!”, “¡corre que se acaba!”. Así que cuando uno llega a su casa y revisa sus bolsas, se pregunta y se responde “¿Por qué lo compré? Es que estaba en oferta”, luego abre el último cajón, lo guarda y no lo vuelve a ver hasta navidad.
Esta lógica mercantilista se ha generalizado y no hay pausas: del vientre a la estimulación temprana, luego al nido, al jardín, a primaria, a secundaria, a la universidad, a trabajar, a casarse, a tener familia… De manera que cuando uno rompe con esta cadena, hay una crisis familiar: “mi hijo no es como sus compañeritos”, “mi hijo quiere una carrera técnica”, “mi hijo ya debería casarse”.

Con ese apuro, a los 16 años y el deber de tomar una decisión para toda la vida, es necesario introducir una pausa. Pero por lo contrario, los padres se desesperan, los ponen en academias que prometen suplir la carencia escolar en tiempo record, los llevan con especialistas –a quienes se les exige una respuesta rápida porque el examen es la próxima semana– y se los atiborra con una batería extensa de test de orientación vocacional.
Se las arreglan y eligen una carrera; pero salen de la universidad y no encuentran trabajo, lo primero que piensan es que se equivocaron de profesión. Nuevamente, es necesario introducir una pausa. Sin embargo vuelve la exigencia: tienen que conseguir trabajo, sin preguntarse qué trabajo, en qué rama, qué empresa ¡No hay ninguna pregunta! Solamente hay que conseguir trabajo ¡ya!

Las frases: “me equivoqué de carrera”, “no quiero ir a la universidad”, “no encuentro trabajo”, “no quiero ser médico”, se vuelven tan subversivas hoy en día porque introducen una incertidumbre donde debería haber certeza. El sistema nos manda del colegio a la universidad y de la universidad a trabajar, ya está trazado nuestro destino y el de nuestros hijos, eso provoca cierta tranquilidad, saber lo que uno tiene que hacer en el futuro siempre tranquiliza; pero se ha borrado la pregunta que nos hacían de niños y cuya respuesta ahora es indudablemente cuestionada: "¿Qué quieres ser de grande?" astronauta y bombero provocaba ternura, hoy causa preocupación y una cita con el psicólogo.

No está del todo mal tener un horizonte trazado, lleno de las expectativas del Otro, saber qué se tiene que hacer luego del colegio y después de la universidad. Solamente que no tiene porqué ser hoy, no tiene que ser ¡ya! Necesitamos una pausa, que nos devuelva ese preciado “tiempo para comprender” que el mercado deshumanizador nos ha quitado a punta de exigencia.

[1] Lacan, J. (2002). El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada. Un nuevo sofisma. Escritos 1. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores (1945).

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