Puntuaciones sobre el semblante

Por Renato Andrade
Psicoanalista miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, la Nueva Escuela Lacaniana sede Lima y la Asociación de Psicoanálisis Lacaniano de Arequipa




Fotografía por Hanna Panchenko

Si nos interesa el semblante es porque abordamos lo real. Sí, nuestro real no es el del estructuralismo, para el que se trata de situar lo simbólico mismo, para el que «lo simbólico aparece como lo real disimulado por lo imaginario» (1).

En la experiencia analítica tratamos con semblantes: el falo, lo verdadero, el objeto a. El objeto a es, en el análisis, el semblante por excelencia. Es «el significante mismo del ser del sujeto» (2).

Pero Miller nos advierte que «lo que viene siempre al mismo lugar, incluso exactamente lo que no se mueve, lo que se repite, (…) no basta para decir que es lo real» (3).

El semblante, si bien es afín al significante, no sólo proviene del discurso –por ejemplo, la sombra, que proviene de la naturaleza.

El semblante –es la definición que más me interesa– «consiste en hacer creer que hay algo allí donde no hay» (3).

Hacemos uso del semblante. Por ejemplo, «sólo a partir del semblante puede denunciarse el semblante». Otro ejemplo: es con la ayuda de un semblante «más cerca de lo real» (4) que el Otro se tornará inconsistente: S(Ⱥ).

Pasar en psicoanálisis a la noción de semblante implica una «desvalorización» de la palabra y «una promoción de la escritura, donde se estrecha el nudo del semblante con lo real» (5).

Lo valioso de la posición femenina es que «no se presta fácilmente a la sustitución de lo real por un semblante» (6). Ejemplificándolo, piensa «con menos gusto en atrapar lo real con el significante» (7). Miller indica que «hay que partir de la antipatía de la posición femenina hacia los semblantes para entender de qué manera los maneja, los adopta, los hace respetar y hasta los fabrica» (8) (por eso se refiere a los casos de las madres portadoras por excelencia de los ideales, a la relación algunas mujeres con el dinero y al “postizo” en las mujeres).

Vale decir que en la posición femenina hay una antipatía hacia los semblantes (en favor de lo real, de un «cierto hay o no hay que no es conceptualizable» (8)) pero, a la vez, un uso, y eso es lo que la posición femenina le enseña al psicoanalista, al punto que podríamos llegar a afirmar que la posición que le conviene al analista es la femenina. Miller mismo (a propósito del sujeto supuesto saber) presenta la posición del analista como la de «dejarse engañar» por los semblantes, pero metódicamente (9).


Referencias:

1. Miller, J.-A. (2002). De la naturaleza de los semblantes, p. 140. Buenos Aires: Paidós (1991).

2. Ibid. p. 144.

3. Ibid. p. 119.

4. Ibid. p. 136.

5. Ibid. p. 141.

6. Ibid. p. 134.

7. Ibid. p. 127.

8. Ibid. p. 138.

9. Ibid. p. 88.


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