Una dificultad para la entrada en análisis

Por Renato Andrade
Psicoanalista
Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, la Nueva Escuela Lacaniana Sección Lima y la Asociación de Psicoanálisis Lacaniano de Arequipa


Fotografía: Nathan McBride


En su uso cotidiano la palabra pierde su poder. Deja de ser filosa. Nos separa de ella, dice Lacan, un grueso muro de lenguaje, toooodo lo que se dice, blablablá. Tantas opiniones como ladrillos, el cemento del sentido común. Basta agarrar unos minutos el teléfono inteligente –que, desde esta perspectiva, no lo parece tanto. 

Sin contar el uso que algunos sujetos hacen de la relación con otro. ¿Cuál es ese uso? Lo presentaré del siguiente modo: Como usted piensa en mí, me importa mucho eso que piensa, así que debo controlar muy bien lo que digo. Por otro lado, todo lo que usted me dice, para mí, esconde una intención. ¿Qué quiere usted de mí? Dígamelo.

Como el bombero, este sujeto vive con la manguera en la mano, atento para apagar cualquier palabra que pueda encender un fuego, por más pequeño que sea. Esa manguera se llama, en lacanés, “relación imaginaria”.

El psicoanálisis es el método que le restituye a la palabra su poder, su filo, su combustión. Para ello, el psicoanalista requiere a veces de agilidad, otras de mucha paciencia, pero, sobre todo, de mucho amor. Después de todo, nadie cruzaría un desierto por cualquiera, a menos que sea alguien. 

El psicoanálisis, por tanto, requiere de otro uso de la palabra que no es el habitual, lo que exige una primera transformación que esconde otra: transformar mi propia relación con la palabra –le dice el sujeto al analista– si se va transformando mi relación con usted.

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