¿Aristotélico yo?
Psicoanalista
Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, la Nueva Escuela Lacaniana Sección Lima y la Asociación de Psicoanálisis Lacaniano de Arequipa
El aristotelismo histórico, el de Aristóteles, es sin duda una respuesta al platonismo.
No se trata de continuar separando el alma del cuerpo, y menos de considerar el cuerpo como el lastre, cuando no la cárcel, del alma inmortal.
Sin el cuerpo, el hombre “sería un ser incompleto e imperfecto”. El hombre es un animal racional y mortal, “una naturaleza entre otras naturalezas” y ocupa así un lugar en el mundo. Por ello, lo propio del espíritu humano es “la percepción de los objetos naturales, sillas, mesas, otros hombres”, antes que la percepción de sí mismo (1).
“Para el aristotelismo, el dominio de lo sensible es el dominio propio del conocimiento humano. Sin sensación no hay ciencia” (2).
La noción de naturaleza en Aristóteles resulta más que interesante. El mundo no es apenas un reflejo de las “ideas”, es “una naturaleza, o un conjunto jerarquizado y bien ordenado de naturalezas, conjunto muy estable y muy firme”, con un ser propio, un ser que además posee, ya que no se halla más allá ni en ningún ideal. Nadie puede dudar que el mundo es efímero y cambiante, pero eso no excluye que algo permanezca en él, y eso que permanece es la naturaleza. Escribe Koyré: “si los individuos cambian, aparecen y desaparecen en el mundo, el mundo no cambia: las naturalezas permanecen las mismas. Es incluso por esto por lo que son naturalezas. Y es por esto por lo que la verdad de las cosas está en ellas” (3).
Es así que la pasión por el estudio, “el deseo del saber científico” (4), es lo que caracteriza al aristotelismo. Por eso se propagó en las universidades. “Se dirige a gentes ávidas de saber. Es ciencia antes de ser otra cosa, antes incluso de ser filosofía, y es por su valor propio de saber científico, y no por su parentesco con una actitud religiosa, por lo que se impone [en la filosofía de la Edad Media]” (5).
Dante llamó a Aristóteles el príncipe di color che sanno: El príncipe de los que saben. Y, sobre todo, de los que enseñan. Aristóteles –escribe Koyré– “enseña y se enseña; se discute y se comenta” (6). Tuvo que llegar un tal Santo Tomás de Aquino para transformarlo, y traicionando su espíritu inicial, conformarlo “a la verdad de la religión” (7).
Referencias:
(2) Ibid., p. 33.
(3) Ibid., p. 31.
(4) Id.
(5) Ibid., p. 30.
(6) Ibid., p. 22.
(7) Ibid., p. 33.
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