Sobre Oppenheimer

Renato Andrade
Psicoanalista
Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, de la Nueva Escuela Lacaniana Sección Lima y la Asociación de Psicoanálisis Lacaniano de Arequipa

Entrevista




Hablemos de Oppenheimer, el reciente film de Christopher Nolan ¿Lo ha visto?

–Oh, sí. Lo he disfrutado mucho.

¿Le gustaría comentar algo al respecto?

–Varias cuestiones. En primer lugar, lo que llamaría “el vértigo de la verdad”. La película es emocionante cuando los científicos se emocionan con lo que están descubriendo y uno, como espectador, se emociona con ellos. Uno de los científicos, al leer en un periódico sobre lo que unos colegas en Europa acaban de descubrir, sale corriendo del restaurante en el que está comiendo para contárselo a otros, olvidándose de pagar la cuenta. ¡Así de emocionante es la verdad que están descubriendo! Escuché a Sergio Zurita en YouTube comparar la emoción que produce el salto real en moto que realiza Tom Cruise en la última entrega de Misión Imposible, con la emoción que producen los saltos de la verdad que los científicos alcanzan en esta película. Se constata cómo la verdad es una especie de goce, produce un goce en el cuerpo; lo estremece, lo altera. Debe ser una de las razones por las que proliferan las teorías de la conspiración, debido al goce que produce develar una verdad.

Este tema me llevó a pensar en el estatuto de la verdad. Por ejemplo, la verdad de la ciencia es muy diferente a la verdad de la religión. En la religión se trata de una verdad que otorga un significado a la vida, y también a la muerte, una verdad que orienta qué hacer con el otro, con la pareja, con el prójimo. Es muy diferente a la verdad de la ciencia, que puede llevar a la invención de una bomba que desaparezca a cientos de miles de esos otros, o incluso, a nosotros mismos, a nuestro planeta.

Como psicoanalista, podría pensar, a su vez, en el estatuto de la verdad en la práctica psicoanalítica. Si voy al psicoanálisis, la verdad está vinculada con mi inconsciente; algo que no soy y, sin embargo, me pertenece; algo que estoy obligado a saber, porque, de lo contrario, me domina y me arrastra a la muerte. Mi verdad está en lo que digo sin querer decir, en lo que digo entre líneas, al pasar rápido, y el psicoanalista me ayuda a atraparla. A diferencia de la religión, las verdades que alcanzamos en el psicoanálisis no son universales, son propias, y no están destinadas a perdurar, están destinadas a caer, a transformarse, a dar paso a otra cosa. 

¿Qué podría decir sobre el personaje de Oppenheimer?

– La película nos muestra tres momentos en la vida de Oppenheimer. En el primero vemos su juvenil deseo de saber, que lo hace mirar, leer, viajar de un lugar a otro. Quiere inventar algo nuevo, hacerse un nombre. Pero eso que descubre no sólo lo apasiona, sino que lo angustia, lo inquieta, lo sacude, lo tira de arriba para abajo, padeciéndolo. Lo mismo le ocurre con una mujer, Jean Tatlock.

El segundo momento es el de la guerra. El reconocimiento del Otro ha llegado; compañeros, alumnos, amigos, entre otros, lo respetan, lo siguen, y el otro del poder no tarda en buscarlo para dirigir el Proyecto Manhattan, la más grande y larga colaboración de científicos de la historia, con presupuesto ilimitado. Aquí se acaba la indeterminación para Oppenheimer, que se fija un objetivo: será él quien consiga la bomba atómica para los Estados Unidos. El tercer momento es el de la división subjetiva y el de la culpa, cuando se le devuelve lo que ha hecho. 

¿Qué opina sobre el dilema ético que propone la historia?

– ¿Me pregunta si yo hubiera inventado la bomba? No creo poder inventar más que un síntoma.

Yo creo que Oppenheimer nos presenta la elección forzada. Cuando Rabi le cuestiona el Proyecto Manhattan, él le explica: o la bomba atómica la tienen los nazis o la tenemos nosotros; prefiero que la tengamos nosotros. Y asunto arreglado, avanza, no se cuestiona más. Nolan nos muestra que son otros los científicos que se cuestionan, Oppenheimer no. Él trata de decidir en buena ley, buscando lo mejor, el mal menor; pero eso no evita que, a posteriori, sea alcanzado por las consecuencias de lo que ha hecho. Esto lo saben todos los padres: no hay paz en la ética de las consecuencias. Nuestro saber es siempre frágil, nuestras decisiones son siempre fallidas y, aun así, ¡hay que decidir!

Después de ver la película pensé en mí; también en aquellos que conocía. Me pregunté cuántas veces decidimos de la mejor manera y, sin embargo, “iniciamos una reacción en cadena que incendia nuestro mundo”. Pensar demasiado es estar condenado a la culpa. La mirada que interpreta Cillian Murphy al final es real.


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