Licorice pizza

Por Renato Andrade
Psicoanalista miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, de la Nueva Escuela Lacaniana sede Lima y la Asociación de Psicoanálisis Lacaniano de Arequipa
Sobre la película Licorice Pizza de Paul Thomas Anderson


Quizá cuando hablen de su primer amor se pongan serios, solemnes, nostálgicos. Quizá se sonrojen. El primer amor… suena importante, un hito. Pero, como todo amor, no está tejido en el cielo ni en las estrellas. No nos pongamos dramáticos… tampoco es que se forje en el fuego del infierno, en el fuego de Mordor. El primer amor, como todo encuentro, se debe a la casualidad. Por ejemplo: la conocí el día en que en el colegio tomaban la foto para el anuario, ella llegó a trabajar por ello… 

Y se debe al fracaso. Sí, al fracaso. Paul Thomas Anderson nos lo muestra muy bien en su film Licorice Pizza.

Es como si Alana le dijera a Gary: Te amo porque siempre has estado ahí. Porque todos los hombres que he conocido son unos grandísimos idiotas, incluyendo a mi padre. Te amo porque nadie me ha dado un lugar, porque no he sido causa de otra cosa para ninguno. Te amo porque contigo no me pienso como el desperdicio que creo ser, el desperdicio que creo es mi vida.

Y es como si Gary le dijera a Alana: Te tomo porque estás ahí, al alcance de mi mano. Porque si no estás, te extraño. Porque no quiero pensar… ni en lo que me pasa, ni en lo que quiero.

El primer amor siempre lleva las cicatrices del estallido del goce, goce fuera del cuerpo. Por eso toda relación, todo “amor” –entre comillas–, corre el riesgo de convertirse en el “primero”.

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