El estafador de Tinder

Por Renato Andrade
Psicoanalista miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, la Nueva Escuela Lacaniana sede Lima y la Asociación de Psicoanálisis Lacaniano de Arequipa


Su historia ha fascinado a las audiencias y no estaría de más preguntarse por qué.

Es claramente el villano, el malo, el enemigo a vencer en la historia.

Freud escribe que los criminales (así como los niños, los felinos, los humoristas) nos atraen porque les envidiamos “conservar (…) una posición libidinal inexpugnable que nosotros resignamos hace ya tiempo” (1). Vale decir que, nosotros, a diferencia de ellos, hemos pasado por la castración: hemos resignado goce, lo hemos perdido. En cambio, Shimon Hayut (“Simon Leviev” para las chicas de Tinder) no sabe de trabajar duro, ahorrar, invertir ni guardar pan para mayo; vive con ropa de diseñador, autos de lujo, aviones privados, restaurantes exquisitos, hoteles cinco estrellas. 

“Simon Leviev” era rey del Instagram. Sabe de las fotos que hay que mostrar para que chicas de Tinder muerdan el anzuelo. Era una imagen. Pero no sólo se trata de fotos. Se inventó un nombre –que, desde luego, podía encontrarse en Google–, con historia, familia, filiación y hasta un padre magnate de los diamantes –tal como los niños en el artículo de Freud titulado La novela familiar de los neuróticos

Con las chicas se conducía como un príncipe de cuento en pleno siglo XXI. Noble, elegante, galante, generoso, les hacía sentir su interés con determinación. No escatimaba en mensajes de WhatsApp, videollamadas ni sorpresas y, a pesar ser un hombre ocupado, no era indiferente por el teléfono ni se desaparecía. ¡El sueño de toda chica! Les confirmaba lo que ellas ya creían: que el amor ideal de dos que se hacen uno, finalmente, se encuentra. Fue en nombre de ese amor que ellas, después, le entregaron todo el dinero del que disponían, y aun más. ¿Por qué alguien debería sorprenderse de ello? ¿El amor no nos extravía siempre? A algunas algo más.

Pero quizá, antes que fascinarse tanto con él, habría que interesarse en ellas, en lo que precisamente nos enseñan sobre el amor. “Simon” no sólo les dio lo que les hizo creer que tenía, sino también lo que no tenía: su falta… su indefensión, su urgencia, su angustia. ¿Cómo culparlas por ver allí un signo de amor?

Enamorarse es siempre una estafa. A veces, la de un canalla como “Simon”. La mayoría de veces, la de nuestro inconsciente. Despertamos cuando caemos en cuenta que ahí donde creíamos que estaba la media naranja –o la maldad del otro– no hay nada. Es allí que puede empezar a haber otra cosa, otra cosa a partir de una nada que aloje eso que nos hace sentir que estamos vivos –nuestro síntoma.


Referencias:

1. Freud, S. (2000). Introducción al narcisismo. Obras completas, tomo XIV, p. 86. Amorrortu editores: Buenos Aires, Argentina (1914).

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