La casa Gucci

Por Renato Andrade
Psicoanalista miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, de la Nueva Escuela Lacaniana de Lima y la Asociación de Psicoanálisis Lacaniano de Arequipa



Una mujer, un hombre, un nombre: “Gucci”.

Al escucharlo decir su apellido, se despertó el deseo en ella. Contrario a lo que se suele pensar, es la mujer quien está en posición activa, dice Juan Carlos Indart. Patrizia es joven, viste a la moda, derrocha gracia. Sabe hacerse lo más deseable. No esperará la contingencia, irá al encuentro de su hombre. En ella no hay duda, está determinada a tener un nombre y para ello requiere de Maurizio. Con apariencia cándida, su deseo enmascarado despierta el deseo sexual de éste. Él, “muerto” –entre comillas–, ¡vive por fin!, arde. Pero Patrizia no está tan interesada en ser amada. Ella efectivamente quiere el nombre: “Patrizia Gucci” sería el de La mujer, auténtica excepción, ideal inalcanzable, modelo de todas las mujeres. ¿Por qué una mujer querría tan ferozmente ser La mujer? Como siempre, detrás de una mujer que no cede, está otra mujer, más precisamente su voz, en este caso representada por Pina Auriemma, la clarividente que le dice su destino. La ambición por ser, devendrá la ruina de Patrizia cuando acabe encarnando para Maurizio la voz que le ordena qué hacer. Está en la posición de Lady Macbeth, pero produce otros resultados, no menos trágicos.

Maurizio sólo quiere hacer lo que quiere. Para ello, primero, se sustrae del mundo del padre, así que estudia para abogado. Patrizia se le presenta como el boleto a una vida sin amo. No soporta la mínima intromisión de su padre, ni siquiera con un consejo que le hubiera salvado la vida: no te cases con esa mujer. Como no podía ser de otro modo, Maurizio se casa. Se siente cómodo entre mecánicos que no lo amenacen. Incómodo con los Gucci que tienen más que él, los “propietarios supremos” –como bromea Jacques-Alain Miller–, su padre y su tío, Rodolfo y Aldo Gucci respectivamente. Cuando su esposa ocupe el lugar del padre muerto, se sustraerá también. El exilio le viene como anillo al dedo. Literalmente, escapa, no tanto de la justicia como de su mujer. Maurizio no cederá en su posición de hacer lo que quiere, a pesar de que así arriesgue su compañía, el legado de los Gucci, con su dispendio. 

La Casa Gucci es también una historia de padres e hijos. Dos padres, dos hijos. En cada caso, de padre a hijo, algo no pasa, no se transmite, lo que hace interrogarnos por qué es lo que hace a una transmisión. ¿Habrá tenido que ver con que estos padres hayan representado Otros absolutos, sin tachadura, sin barra, incapaces de un acto de amor que a veces pasa por ceder, por dividirse, por no saber?

Aldo Gucci dice de su hijo: es un idiota, pero es mi idiota. Su hijo morirá en la ruina. Hay hijos idiotas, es innegable. No estaría de más preguntarse si padres brillantes producen hijos idiotas. Después, hay muchos modos de ser un idiota. Antes que de un nombre, es mejor ser hijo de un deseo. El film nos muestra dos padres italianos que amaron profundamente a sus hijos, pero no esperan nada de ellos. Cuando quieren hacerse escuchar por estos, ya es muy tarde. Si se tiene, no se puede desear, ni siquiera el deseo de un hijo.

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