Lo singular: el psicoanalista en la escuela

Por Renato Andrade
Psicoanalista miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, la Nueva Escuela Lacania Sección Lima y la Asociación de Psicoanálisis Lacaniano de Arequipa

A Maite Russi

[Fragmento de una entrevista]

Fotografía: Ionut Nedelea


Lo más difícil es devenir “singular”. Nos la pasamos hablando de la singularidad, cantándole; pero no la soportamos, es decir, cada uno de nosotros no se soporta a sí mismo. La singularidad no tiene nada que ver con la “originalidad”, una palabra de moda. “Ser original” en el mundo actual es el narcisismo de creerse especial, más.

La singularidad es insoportable porque está excluida de las relaciones imaginarias que establecemos con los otros; no es bien mirada, no es comentada, no es admitida, porque de lo que se trata en la relación imaginaria es que tú seas un poco como yo y yo un poco como tú. Recuerdo a Lacan cuando escribe que el único objeto que tenemos al alcance de la mano es la relación imaginaria.

Mi singularidad pasa por cierto anacronismo. Desde siempre me caracteriza el anacronismo, un estar fuera de tiempo y de lugar. Con los años (y con el análisis) me he reconciliado con ese aspecto de mí mismo. Hoy puedo decir que lo uso, lo uso para trabajar. Por ejemplo, lo uso para investigar; me tomo un tiempo que no debo para leer, para pensar, para escribir. Me ocupo por detalles y reflexiones que no son actuales o que el Otro no espera de mí. Este anacronismo me sirve también para recibir a los pacientes, pues me impide comprender el caso demasiado pronto, me preserva extrañado respecto del material que va surgiendo, lo que resulta muy útil para mantener vivo el deseo de escuchar. 

Soy un elemento un poco anacrónico en el sistema y eso me convierte en un síntoma para el deseo de productividad. Yo mismo no estoy a salvo de ese deseo, pero mi anacronismo me sustrae de ese delirio en el que podría caer del todo: cambiemos al mundo, Rock and Roll!, hagámonos ricos, evangelicemos con la verdad, etc.

Ese anacronismo me viene bien para reinventar el psicoanálisis, cada vez, con cada tropiezo. Pienso que reinventar el psicoanálisis es tarea de cada psicoanalista que se precie de serlo. 

¿Sabe?, ahora que le cuento esto, que me dejo hablar, no recuerdo cómo era rechazarme, no aceptarme. Me parece tan lejano. Ya no puedo pensarme sin mi anacronismo.

Cuando empecé a hacer cosas voluntariamente desde mi anacronismo, las hacía angustiado, con temor. Luego, tuve la suerte de los buenos encuentros, en los que eso que produje fue admitido por algunos. Yo veo allí la necesaria función de reconocimiento de otro sujeto, que posibilita apropiarse de la singularidad que nos habita. Desde entonces, hallé un modo de formar parte de los proyectos compartidos, como la escuela de psicoanálisis. Y comprendí lo fundamentales y valorables que son esos lazos para mí.   

(…)

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