El psicoanalista y la política

Por Renato Andrade
Psicoanalista miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, la Nueva Escuela Lacaniana de Lima y la Asociación de Psicoanálisis Lacaniano de Arequipa

Fotografía de Ana Flavia


Es innegable que hay temas, coyunturas, que nos atraviesan, en tanto sujetos de un mismo discurso que llamamos “nuestra época”. Ese ruido atraviesa también los vidrios del consultorio, las paredes de la Escuela. Nuestro reto, como psicoanalistas, es escuchar –en ese ruido– un discurso. Por ejemplo, ¿qué cumple la función de significante amo? Pasar de la pasión a la lógica.

Pero el psicoanalista no sólo tiene que esperar el ruido, tiene que hacer ruido –si me permiten la expresión. No puede esperar las movilizaciones, los piquetes, las bombas, las crisis. Eso vale para el consultorio, para su práctica clínica –la urgencia que precipita la demanda de análisis–, pero ¿vale también para la civilización? ¿No tendría que “morder” algunos asuntos de su tiempo, es decir, leerlos? De lo contrario, se encerraría en su consultorio. ¿Se encierra también en la Escuela, en su orientación-Una? El psicoanalista tiene que hablar en la Escuela, hacer uso de su voz… algún colega podría escucharlo. ¡Bienvenido el ruido que no hace Uno-todo!

Morder un tema, alzar la voz, para morder a alguien, o –para decirlo sin la pulsión oral–, para transferir el trabajo (transferencia de trabajo): es así como se produce la escuela-no-toda.

¿El psicoanalista debe pronunciarse? ¿Cuándo? ¿Cómo?... No hay fórmula. Lo que sí afirmaré es que, en psicoanálisis, los pronunciamientos colectivos son excepcionales, la golondrina que no hace el verano. Lo habitual es pronunciarse uno a uno, con sus propias palabras, de puño y letra, y a riesgo propio. Sin garantía y siempre dispuesto a recoger las consecuencias.

Por ejemplo, en la NEL-Lima, en los últimos dos o tres años, hubo varias convocatorias a partir de momentos críticos en el país; pronunciamientos colectivos uno o dos. Y es que, en esa serie que no cierra, en esa serie que es tomar la palabra uno a uno, escuchando, algo pasa o no pasa. Cuando pasa, puede concluirse un pronunciamiento colectivo. No va de suyo.

Una cosa es conversar sobre un momento crítico y otra un trabajo. Pasar por la palabra es nuestra constante apuesta. Un trabajo requiere que, pasada la conmoción inicial, una pregunta se haya inscrito en mí.

Finalmente, me referiré a la función de la comisión de carteles de la escuela. No opera por consignas: ¡hagan carteles! Tampoco por identificación: vea, ¿no se anima usted también a un cartel? Más bien el dispositivo tendría que causar. ¿Cómo podría hacerlo sin poner sobre el tapete los temas que nos atraviesan? Para robarle la frase a Gabriela Urriolagoitia: “pasar los problemas de la civilización a la conversación”.

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