El amor es un goce

Por Renato Andrade
Psicoanalista miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, la Nueva Escuela Lacaniana sección Lima y la Asociación de Psicoanálisis Lacaniano de Arequipa

A Alejandro Rivera



Alrededor del amor, nosotros, psicoanalistas, encontramos varias problemáticas. Por ejemplo: no encuentro el amor, no encuentro alguien que me ame, nadie me ama, etc. Si se quiere, es algo propio de la neurosis. Otra problemática es la dificultad para amar: la dureza del sujeto, sus conflictos con el otro, su intolerancia para con el otro, etc. Es una problemática propia de la posición masculina, donde el amor no es un tema y menos una pregunta. 

Sin embargo, ¿qué ocurre cuando uno ama y, encima, en un momento, es amado por ése a quien ama? Aquí se trata de un goce. Es un acontecimiento en el cuerpo; el cuerpo es tomado por un goce que lo acelera, lo empuja, lo desborda, lo angustia, etc. (en este punto, las palabras no nos alcanzan para describirlo de manera precisa). Se siente, no hay duda, es real. Es una problemática que nos podrían ilustrar algunas mujeres.

El problema con ello, el problema cuando el amor es un goce (y ya no sólo identificación, ideal o castración), es que no hace más que pedir amor: el amor, como goce, no para de pedir amor. Desembocamos, así, en la problemática de la demanda de amor, de los sujetos que no cesan de demandarle amor a alguien. Es algo que se escucha mucho en las consultas, por ejemplo, las mujeres que se quejan de “esperar”, de vivir “esperando” el signo de amor de su pareja. Ellas no saben cómo pedirlo. 

No saben cómo pedirlo. No existe el lugar donde lo enseñen. Y si existiera, no funcionaría para todos los casos. A veces, uno lo pide callándose, no diciendo nada, mordiéndose la lengua, aguantando. Otras, lo pide cuando se empieza a molestar, a fastidiar por todo, cuando se torna irritable. También podría pedirlo reclamando, exigiendo. No son pocos los casos en los que se pide volviéndose inflexible, impaciente, intolerante, etc. En conclusión, no se sabe cómo demandarlo.

¿Qué ocurre del lado de las parejas? Aquí también las respuestas pueden ser muy variadas, pero principalmente es algo que no comprenden, porque ¿cómo uno podría tener una idea del goce del Otro? (escrito así, con mayúscula, porque es el otro radical, “hétero” en el sentido griego, es decir, distinto, diferente).

Aquí vemos uno de los motivos del fracaso al que está destinado todo enamoramiento: te demando amor, a ti, que no tienes idea de mi goce.

Hasta nueva noticia, el amor sólo puede encontrarse en la presencia, las palabras y las letras, así que, si gozan amando, cuídense de toparse con el ausente, mudo y manco. Aunque, admitámoslo, si él estuviera, les hablara o escribiera, tampoco sería suficiente para ustedes.

Pensar qué es suficiente y qué no, cuánto sería suficiente, etc., ya sería introducir cierta contabilidad en el asunto, para lo que es condición ponerse a hablar. Estoy diciendo que no estaría de más que ustedes vayan a hablar de eso que les pasa, de ese amor que demandan y que nunca encuentran suficiente, de ese goce que les toma y les habita.

No ofrezco una fórmula ni tengo una solución contundente. Es algo que yo mismo, en tanto “sujeto del goce”, interrogo, ya que, entre la felicidad y la miseria, no hay más que una palabra, es decir, un acto de palabra. No subestimemos las palabras. Las palabras tienen un poder, siempre que no las utilicemos para lo que solamente se usan ahora: educar, curar, iluminar. Afortamadamente, aún existe el psicoanálisis y están los psicoanalistas para poder escribir en cada uno un amor más digno.

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