¿Qué lugar a la demanda de los padres y los educadores en el tratamiento con niños?

Por Renato Andrade
Psicoanalista miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, la Nueva Escuela Lacaniana Sección Lima y la Asociación de Psicoanálisis Lacaniano de Arequipa


Fotografía: Jessica Lewis


1º cuestión

La demanda. Cada día sufrimos de la demanda: me piden, me piden, me piden. Y uno podría meter eso en su práctica: los pacientes me piden, me piden, me piden; o, los padres me piden, me piden, me piden. Se sufre porque se la cree infinita. Si la demanda es infinita, ese otro que pide es un tirano, un amo, un caprichoso. No obstante: ¿quién pide? ¿El que abre la boca? No necesariamente. Cuando abrí la boca, fue Otro quien dijo que pedía, y después, qué pedía. Así que lo que sale de mi boca son sus palabras, las palabras de ese Otro. Por eso: ¿quién pide?

2º cuestión

Cuando el paciente pide, mi operación no es darle lo que pide –lo que seguramente calificaría en nuestro tiempo como un “buen servicio”. Mi operación es preguntarme: ¿quién pide?, o, lo que es lo mismo, ¿quién habla a través de su demanda? No se lo pregunto a él porque no lo sabe. Yo sólo le ofrezco la palabra, para que corra como el único vaso de cerveza en una ronda de amigos, de boca en boca. Habla, lo escucho, le pregunto, responde, cuenta, recuerda, historiza; su ex, su papá, su abuela... Cuando pesco algo que guarda relación con lo que siempre pide, se lo señalo; tal vez así, escuchándose, pueda captar quién pide. Quizá eso tenga un efecto de separación respecto del discurso del Otro. Quizá descubra así que no es tan dueño de sus palabras ni de sus ideas, quizá pueda empezar a admitir que en su discurso siempre hay un lugar vacío, y lo preserve.

3º cuestión

Los padres, los educadores, siempre piensan algo del niño. Pero más allá de sus quejas y sus preocupaciones, ¿qué lugar tiene ese niño en su vida, en su práctica? Pueden saberlo hablando. Los invitamos a que construyan la ficción en la que ese niño está atrapado, seguramente como objeto de sus fantasías más anheladas o catastróficas. Pero en esa ficción, el niño también puede ocupar el lugar del amo, del verdugo o de la condena que los goza, con lo que nos revelan su propia posición de objeto.

4º cuestión

El método psicoanalítico da la palabra, también a los padres y educadores del niño, siguiendo el mismo principio: más allá de lo que quiere decir, ¿qué dice? En lo que pide, en lo que no puede terminar de resolver, ¿qué habla?

5º cuestión

Antes de recibir al niño, tal vez haya que entrevistar primero a quienes lo traen. Es un modo de alojarlos, de incluirlos. Desde luego, eso no significa que introduzcamos sus dichos en las sesiones con el niño. ¿Qué desean esos padres o esos educadores, más allá, o más acá, de lo que piden? No lo sabemos. Ellos tampoco, pero podemos conducirlos a que se precipite un decir sobre lo que los empujó a traer a ese niño. Que no sean los sujetos del tratamiento, no quita que debamos tejer un lazo con ellos. Para ello habrá que decirles algunas cosas en el momento justo –no sirve jugar al muerto. También inventar un encuadre que aloje su decir, sin por ello aplastar el decir del niño.

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