El fantasma: Aproximaciones que orientan en la dirección de la cura

Por Zindy Valencia

Psicoanalista. Asociación de Psicoanálisis Lacaniano de Arequipa



Fotografía de Monica Silva


Elegir el psicoanálisis para sostener una práctica clínica presenta dificultades que quizá en otras disciplinas no se las encuentra. La más frecuente de todas tiene que ver con la dirección de las curas que orientamos. Como psicoanalistas, nos preguntamos constantemente por la interpretación, la transferencia y el acto en el análisis; pero dejamos un poco de lado algo que es crucial para la ética del psicoanálisis: el ser del analista. Es siempre un concepto que de alguna manera nos resistimos a pensar porque va en contra de todas nuestras identificaciones y comodidades fálicas; pero que sin embargo es crucial para la dirección de la cura ya que es lo que posibilita la inclusión, en el dispositivo clínico, de un más allá de la palabra y del significante, un más allá del drama edípico –que no es más prerrogativa del psicoanálisis, todas las terapéuticas lo incluyen y se interesan en él. No hay manera de pensar el ser del analista y su deseo si no franqueamos el fantasma y aislamos el síntoma.

La particularidad del psicoanálisis pasa por su aquiescencia para dejarse orientar por aquello que se resiste a cambiar y que en su insistencia nos hace sufrir, es decir, se orienta por lo real. Es cierto que otras disciplinas también lo hacen; pero para domarlo, pararlo, educarlo, calmarlo. En el psicoanálisis hay distintas maneras de abordarlo a partir de los diferentes tipos de interpretación, en diferentes momentos de la cura. Lo importante es ir cerniéndolo y circunscribirlo a partir de los lugares discursivos donde está localizado y eso no se hace sin hablar.

En el análisis –como en muchos otros tratamientos– se da lugar a la palabra del analizante, quien despliega todo su malestar en la relación con el Otro, que si lo miró, si no lo miró, si le dijo, si no le dijo. Es en ese desarrollo discursivo donde el psicoanalista –ahora sí a diferencia de otros tratamientos– aísla, de todo ese conglomerado de palabras, aquellos significantes que den cuenta de lo que falla en el discurso, vale decir que el psicoanalista aísla los significantes que, siendo parte del discurso, lo agujerean. Este es un primer agujero que el analista hace consistir. 

Lo que impediría que esto suceda así, es que el analista quede identificado al discurso del paciente, de modo que todo lo que este dice le haría sentido al psicoanalista impidiéndole poner el acento en aquellas inconsistencias.

Apuntar a las inconsistencias en el discurso –que no quedan reducidas a las contradicciones en el habla– produce una primera barradura en el análisis, que es la del propio discurso, introduciendo un “ya no sé qué digo” o “quizá lo que digo quiere decir otra cosa”. Con la tachadura encima, sintiéndose impotente por no poder producir un discurso coherente, el paciente se dirige al analista para hacerlo destinatario de su demanda de completitud. Es necesaria entonces una segunda barradura; pero esta vez del Otro, o sea del ser del analista que el analizante pone en el lugar del Otro. La maniobra aquí es reenviar la demanda a donde corresponde, a saber, a la pulsión, encarnando la no totalidad y deshaciéndose del ser que el paciente insiste en colocar en función sobre el analista. 

Lo que impediría que esto suceda es que el analista se colme con el ser que le da el paciente, esto quiere decir, que sean las demandas del paciente lo que le hagan pregunta al analista, y no al revés, o sea, ser aquel enigma que le produce una pregunta al paciente. O el otro extremo, hacer del psicoanálisis una pedagogía, ponerse a explicar, a educar.

Una vez reenviada la demanda a la pulsión –la pulsión del único sujeto en el análisis– la transferencia se hace imprescindible para hacer de palestra, como dice Freud, y darle lugar al qué hacer sexual del inconsciente en el análisis, como dice Lacan. Esto quiere decir que se le da espacio a lo que no anda, a lo que no funciona, a lo que fracasa. A saber, que algo de lo que uno hacía contra sí mismo y que cínicamente ignoraba –o le restaba importancia– encuentra un destino en el cuerpo del sujeto mismo, y lo enferma, en el sentido que se exacerban algunas enfermedades, como jaquecas, gastritis, migrañas, cólicos, o se repiten acciones estrepitosas que desde la cultura las llamamos “auto sabotajes”. Digo que la transferencia aquí es imprescindible, y no me refiero a la transferencia hacia la persona del analista, sino a la creencia en el inconsciente propio; de otro modo una gastritis es sólo una gastritis, procrastinar es sólo procrastinar, endeudarse es sólo endeudarse, una infidelidad es sólo una infidelidad.

Se requiere de la transferencia, no de la responsabilidad del analista, sino del consentimiento del sujeto en análisis. Muchos análisis llegan a este punto y acaban, porque es en este momento donde hay que ceder un pedazo de cuerpo, de carne, un objeto pequeño a para tocar lo que se tiene que tocar, para que ese pedazo cedido se afecte con lo que se tenga que afectar. Puesto que lo que vendrá a afectar ese pedazo será el goce, y será ese pedazo el que permitirá cierta operación sobre el goce. 

Este pedazo al que me refiero y que Lacan nombra objeto a, no se cede fácilmente porque está anclado al sujeto en su fantasma. No olvidemos su fórmula ($a) que realiza la completitud del sujeto a partir de pegarse al objeto que se interpreta del deseo del Otro. Realizar la separación es ceder el pedazo y eso nunca se hace conscientemente ni voluntariamente, esto quiere decir que uno no está cediendo el objeto porque paga más, no está cediendo el objeto porque dice las cosas que no le dice a nadie más, no está cediendo el objeto porque va al análisis. No es una acción que pase por la consciencia, ni por un hacer; sino por un vaciamiento. Y cuando eso ocurre, se reescribe el lazo con el Otro.

Esa reescritura del lazo con el Otro, se produce porque la modalidad de goce que se proponía en el fantasma y que lo ponía al Otro como principal agente del dolor, sufre un viraje. En otras palabras, se pasa del “siempre me hacen lo mismo” al “siempre hago lo mismo”. Se sustrae el goce que le suponíamos al Otro y vuelve sobre el sujeto, quien puede decir por primera vez “yo gozo” y ya no mas “el Otro goza de mí”. Esto, lo digo una vez más, no sucede conscientemente. Que estemos todos en lenguaje del psicoanálisis y que nos podamos implicar en las cosas que hacemos, no quiere decir que hayamos pasado a un “yo gozo”. Cuando el goce cae sobre el sujeto, se produce un segundo barramiento del Otro, esta vez un barramiento de goce. Y esto es lo que finalmente termina con la separación del Otro al que se había estado alienado en el deseo.

Para decirlo todo, se precipita la construcción del fantasma, una frase que muchas veces ve la luz a partir de un sueño o un lapsus. Agarrar al fantasma con las manos en la masa, produce una pérdida de sentido de la acción dramática en el sujeto: El actor principal ya no es el Otro que me hace, sino que uno mismo es víctima y verdugo. Este proceso es más bien sencillo, quiero decir que se siente como cuando la comida pierde el gusto y ya no agrada como antes, más bien sabe a nada. Es simple; pero el camino es lo complejo, es escarpado y cuesta un pedazo. Recorrer ese camino produce efectos sobre la clínica, no es que se sabe más; sino que se escucha mejor. Y no me refiero solo al analista, los analizantes, sean o no psicoanalistas, también.

Con el goce sobre el sujeto, es decir, sobre el hablanteser, se hace un retorno sobre el síntoma a partir del cual se puede aislar el significante Uno, aquel que chocó con el cuerpo y lo marcó en un punto, aislándolo del resto de cuerpo, distancia que el síntoma intentará reparar; pero a costa de cierto sufrimiento que se produce en esa insistencia de hacer encajar nuevamente en el cuerpo aquella parte que de tanto gozar subió al cielo. Y esa será la última pérdida que nos propone el psicoanálisis, la pérdida del goce divino, para que el síntoma, anudando nada, dé forma al cuerpo, un cuerpo que goza como mortal y que ya no insiste más en un goce mortal.


REFERENCIAS:

Brodsky, G. (2018). El fantasma y después. Revista Lacaniana de psicoanálisis, (24), pp. 179-181.

Freud, S. (2001). Recordar, repetir y reelaborar (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis, II). Obras completas de Sigmund Freud (pp. 145-146). Buenos Aires: Amorrortu (1914).

Lacan, J. (2014). A Jakobson. Aún (pp. 23-36). Buenos Aires: Paidós (1972).

Lacan, J. (2013). Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano. Escritos 2 (pp. 755-788). Madrid: Editorial Biblioteca Nueva (1960).

Lacan, J. (2013). La dirección de la cura y los principios de su poder. Escritos 2 (pp. 559-616). Madrid: Editorial Biblioteca Nueva (1958).

Lacan, J. (2013). El inconsciente freudiano y el nuestro. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis (pp. 25-36). Buenos Aires: Paidós (1964).

Miller, J. (2018). Del síntoma al fantasma. Y retorno. Buenos Aires: Paidós (1982-1983)

Miller, J. (2011). El ser del analista. Donc. La lógica de la cura (pp. 461-476). Buenos Aires: Paidós (1993-1994)

Miller, J. (1986). No hay clínica sin ética. Matemas I (pp. 122-134). Buenos Aires: Manantial.

Naparstek, F. (2018). El fantasma y el síntoma: síntoma compuesto – síntoma elemento. El fantasma, aún (pp. 57-72). Buenos Aires: Grama ediciones.


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