Amor y consentimiento a lo femenino en el análisis

 Por Zindy Valencia

Psicoanalista. Asociación de Psicoanálisis Lacaniano de Arequipa


Fotografía de Saffu


Cada vez que hablamos de amor en el psicoanálisis, nos imaginamos la primera parte de la frase de Lacan: “Amar es dar lo que no se tiene”, enunciado enigmático –siempre al estilo de Lacan– que produce una serie de equívocos, sobre todo por el fragmento que dice “lo que no se tiene”, porque hace pensar muy rápidamente en un objeto, entonces ¿cómo se da algo si no se lo tiene? Ofrezco otra interpretación a esta frase, diferente a aquella que va por las vías de la castración.

No tener, equivale a tener nada, esto quiere decir que a lo que se refiere Lacan es que quizás en el amor lo que circula es la nada. Por ejemplo una mujer le dice a su pareja lo siguiente: “me desocupo a las 8:30 para ver una película contigo”; finalmente la mujer se desocupa a las 9, su pareja, algo incómodo por la espera, elige la película A, la mujer quiere ver la película B, ofuscado el hombre le dice “encima que te he esperado, ¿no voy a elegir la película yo?”. Seguramente vaya a sonar romántico lo que voy a decir; pero ¿a caso uno no puede esperar por nada, vale decir por amor?, lo que este hombre está diciendo es: si voy a esperar, deberé obtener algo a cambio y merezco elegir la película.
Aquí vale la pena hacer una distinción con el sacrificio, ya que se podría pensar que de lo que estoy hablando es de sacrificar lo que uno quiere hacer por amor al otro. Sin embargo, en el sacrificio uno da todo lo que tiene –incluso a veces uno se da completo al Otro– y eso es diferente a dar lo que no se tiene.

Entonces, decimos que el amor permite circular la nada, permite tolerar la nada, reviste la nada y, en ese sentido, posibilita que algo de la nada se incorpore a la vida a través de la palabra.
En el análisis hace falta distinguir la nada a la que me vengo refiriendo. Una cosa es hacer girar las sesiones en torno a una nada, a un vacío, y otra cosa es hablar, hablar, hablar y no decir nada. Si amar es dar lo que no se tiene, no decir nada, es no dar lo que no se tiene. Esto no quiere decir que en todas las sesiones de psicoanálisis uno siempre deba decir algo; eso estaría más bien del lado del sacrificio. Pero sí se trata de saber que en algún momento algo se tendrá que decir.

Es sorprendente más bien, la cantidad de cosas que se callan en el análisis, incluso hablando mucho se calla. Hay cosas que uno prefiere dejar fuera del análisis, se las desaloja sin calcular que uno mismo puede terminar desalojado de su propio análisis. Hablar es fácil cuando sabemos de lo que hablamos, cuando tiene sentido, cuando se develan misterios, cuando hacemos conexiones de algo con el pasado, hablar es fácil cuando nos quejamos, cuando contamos historias infinitas de nuestra familia. Pero sobre todo, cuando hacemos consistir al Otro que escucha, porque para él hablamos, para colmarlo con nuestras historias, con nuestros dramas, con nuestra queja.

Entonces, en este punto no nos encontramos con el amor que da lo que no se tiene, sino con la pasión de llenar al amado con nuestra palabrería, con la tragedia de una vida, con la miseria. Y esto será siempre a cambio de algo, como el hombre que pensaba elegir la película a cambio de su espera. El analista deberá estar atento a esto en cada paciente, que a cambio de 45 minutos de llenarle de palabras la oreja del analista, vendrá la demanda del sujeto esperando algo en retribución. O no les ha pasado que algún paciente les ha dicho algo así como “después de todo lo que le he contado, ¿no me va a decir nada?”. No en vano Lacan introduce las sesiones cortas.

Ahora bien, pasar de ese lazo que acabo de describir, a poner al propio inconsciente en el lugar del analista, no se hace sin el consentimiento del sujeto. Esto quiere decir que el analizante deberá ceder su pasión por sostenerse en su Yo, en su “esto soy yo, yo soy así”, o incluso en su “no puedo, no quiero, no entiendo”, para develar lo que hay detrás de esa identificación fálica, a saber, nada.

Esta operación que no pasa por la conciencia, se produce cuando uno se ha dejado tomar por el efecto de división que produce el inconsciente, vale decir, por sus lapsus, por sus sueños. O sea, no basta con soñar, hay que poder hacer de esos sueños, causa de un análisis. Eso quiere decir que uno ha de sostener su falta en ser, su falta de entender, su falta de saber, durante el análisis y con relación a su propio inconsciente. No es sencillo, porque sucede que uno siempre habla desde uno mismo, desde sus asociaciones, desde lo que pensó durante la semana, y si la interpretación del analista no produjo pensamiento entonces se la deja de lado y no se le da cabida.

Uno puede dar cuenta que está tomado por su propio inconsciente, cuando ha dejado de pensar que su análisis depende de su analista y ha tomado bajo su propia responsabilidad cada palabra que surge en el dispositivo. Es así que se pasa del hablar, al decir como acto, incluso si hay que hablar de la transferencia, o si hay que decirle que se decidió cambiar de analista, o si hay que hablar de la dificultad con el análisis, decir es un acto ético. Porque ya en este punto uno se hace cargo de sus propias palabras, y esto no sucede cuando uno sostiene su “Yo soy”. Quizá les ha pasado que alguna vez repitieron la frase de su paciente de manera literal, por ejemplo, “soy muy sumisa”, y a la sesión siguiente la paciente dice esto: “como me dijo usted que soy sumisa…”. Es muy común que durante las sesiones uno repita el dicho del paciente y éste se deshaga de lo que dijo y se lo atribuya al analista. Esto pasa porque uno sigue sosteniendo su Yo, su identificación fálica, cualquiera que sea, desde ser El único, ser La mejor, ser El increíble, hasta ser La mierda, ser El cagado, ser La solitaria.

Consentir a la posibilidad de que uno no siempre será uno mismo; sino que por momentos también puede ser Otro a partir de su propio inconsciente, es tolerar perder el ser, perder el falo, perder esa nada. Es hablar con lo femenino y no de lo femenino, y no se habla con cualquier femenino, se habla con lo femenino que lo habita a uno.


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