La convivencia familiar

 Por Renato Andrade

Psicoanalista miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, la Nueva Escuela Lacaniana de Lima y la Asociación de Psicoanálisis Lacaniano de Arequipa



Imagen de Brett Jordan


La casa representa el hogar, el calor, el refugio. Existe la frase: hogar, dulce hogar. Y también “el sueño de la casa propia”. Sin embargo, para algunas personas, la casa puede ser el infierno, un campo de batalla o lo más lúgubre. Y alguno de sus habitantes, un familiar o familiares, representar la maldad o el abuso. Surgen afectos como el odio, la cólera, la indignación, que se pueden acompañar con fantasías agresivas de venganza, ajusticiamiento o huida. Esta interpretación que el sujeto hace de su situación familiar le devora el pensamiento y altera su cuerpo.

Pero allí, donde las cosas cobran más sentido y lo que pensamos adquiere estatuto de verdad, el psicoanálisis nos enseña a sospechar: ¿será tan así? O si quieren, nos enseña a abrir una pregunta: ¿cómo hago parte de esta situación?

A veces, uno mismo fabrica y alimenta sus monstruos, enciende su hoguera o espanta su alegría.

En la familia, lo más difícil siempre será encarar lo que no cambia: lo que no se puede arreglar, curar o dar marcha atrás; y lo más difícil de tolerar, lo que no cambia del otro, su necedad. Eso no significa que uno deba tolerarlo todo en nombre de no sé qué moral.

El psicoanálisis dice que uno sólo puede ser libre si nombra a qué (y no a quién) está esclavizado.


Marzo de 2021


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