Histeria

Charla dictada en la Asociación de Psicoanálisis Lacaniano de Arequipa
Noches de Psicoanálisis: "La histeria tantas veces"
Por Renato Andrade
Psicoanalista miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis y de la Nueva Escuela Lacaniana de Lima


Pintura de Alfred Stevens. María Magdalena, 1887

Hagamos el esfuerzo de separar a la histeria de las mujeres. Dicen: Todas las mujeres son histéricas. Es decir que, con la histeria, pretenden armar el conjunto de las mujeres. Y en esa pretensión, la histeria funciona como la excepción que funda el conjunto. La histeria se usa para hacer el conjunto de todas las mujeres. Es una vieja aspiración. Todas las mujeres son madres, todas las mujeres necesitan un hombre, o las más recientes, todas las mujeres son maltratadas, o todas las mujeres deben ser independientes.

En los casos de histeria que Freud nos compartió, el sujeto histérico se presenta incompleto. Necesita un apoyo, porque se ha soltado del brazo de alguien con quien se sostenía, por lo general una figura paterna. O necesita un intérprete para lo que le ocurre. Por eso se suele decir que la histeria freudiana son dos: el sujeto histérico y su demanda de soporte, de apoyo, de padre; o el sujeto histérico y su demanda de interpretante. Lacan está de acuerdo, pero agrega –esto lo dice Rosa Yurevich (2016)– que ese dos es el síntoma del Otro. Vale decir que, se presenta el sujeto histérico con su síntoma, que en verdad es el síntoma del Otro, un síntoma que ha tomado de otra persona. Por ejemplo: me pasa esto que le pasa también a mi mamá, o a mi amigo/a; o me pasa como a mi padre, etc. Este otro de quien se toma el síntoma no es cualquiera, es alguien que participa de la vida del sujeto histérico, en el sentido de que es alguien de quien está “enamorado” –entre comillas–, o lo que es lo mismo, alguien a quien se ha identificado, alguien que mira –en los dos sentidos–, alguien que no es indiferente.

Uno podría preguntarse si las histerias contemporáneas se presentan como en la época de Freud. ¿No se presentan más bien completas? No necesito de nadie, nadie me hace falta, puedo solo/a. Aunque el solo hecho que vengan, ya es una especie de confesión de que les falta un intérprete. O quizá sí se presentan incompletas, porque lo que las precipita a venir es justamente haber caído del brazo de alguien; del amor de la pareja, de la preferencia del padre, etc. Sin embargo, demandan que se les cure de esto, demandan que el tratamiento haga que dejen de buscar el dos para ser sólo uno, uno solo.

Si uno va a leer los casos de Freud, Estudios sobre la histeria, el caso Dora, el caso de la Joven homosexual, sin lugar a dudas la figura del padre es preponderante. El amor del padre, el no-amor del padre, y hasta el caso de Miss Lucy R., que se enamora de un hombre, que es padre. Lo dramático de estos casos, sobre todo los de Estudios sobre la histeria, es que el cuerpo de estas pacientes se deshace, justamente en el momento en que no hay el dos, en que no hay a quien tomarle el brazo. Si seguimos a Lacan en la idea de que ese dos puede ser el síntoma, el síntoma del Otro, el síntoma que se ha tomado de otro, podemos afirmar que cumple la función de sostener el cuerpo: el síntoma –así como el brazo de un padre– evita que el cuerpo se deshaga. Por eso el síntoma, aquello de lo que se quejan, aquello que les estorba y de lo que se quieren curar, puede ser tan importante para el cuerpo de los sujetos histéricos.

Aquí tenemos una primera cuestión muy interesante para la práctica clínica con los sujetos histéricos: ¿cómo sostener el cuerpo, cómo evitar que se deshaga?

Examinemos un poco más el síntoma del sujeto histérico que es el síntoma del Otro, el síntoma que toma de otro, otro que no es cualquiera. En su texto Psicología de masas y análisis del yo de 1921, en el capítulo VII, Freud describe: “si una muchacha recibió en el pensionado una carta de su amado secreto, la carta despertó sus celos y ella reaccionó con un ataque histérico, algunas de sus amigas, que saben del asunto, pescarán este ataque, como suele decirse, por la vía de la infección psíquica. El mecanismo es el de la identificación sobre la base de poder o querer ponerse en la misma situación. Las otras querrían tener también una relación secreta…” (2001 [1921], p. 101). Con este ejemplo Freud nos muestra que algunas muchachas quieren saber sobre el Otro sexo y esperan esa respuesta de la Otra mujer. ¿Qué quiere decir que quieren saber sobre el Otro sexo –así, con mayúscula? Que el sexo nunca se reduce a lo que pensamos, a lo que nos dijeron –nuestros padres, nuestros educadores, nuestras parejas, nuestros amigos/as–, ni a lo que pudimos experimentar, sino que hay algo más, el sexo es algo más, y de eso se quiere saber. Entonces, siempre hay alguien que parece saber un poco más, en este caso, esa chica de la pensión que recibe las cartas, por eso me identifico con ella a través de su síntoma: si me pongo en su lugar, o si paso lo mismo que ella, sabré lo que ella sabe, y obtendré una respuesta. Esa chica es la Otra mujer –así, con mayúscula–, porque es la que sabe sobre el Otro sexo. Lacan tiene una frase que resume esta identificación con el síntoma del Otro: “Una mujer histérica alquila su cuerpo a otra mujer”.

Es el mismo principio de una fantasía histérica muy recurrente que padecen muchas mujeres, y que Lacan nos enseñó a partir del caso Dora de Freud: la fantasía de la Otra mujer. Las mujeres histéricas fantasean que el hombre anda con otra, pretende a otra, está interesado en otra. ¿Acaso les importa mucho ese hombre? No. Lo que les importa es la mujer, la Otra, la que sabe sobre el Otro sexo. A través de este hombre, infiel comprobado o infiel potencial, podré saber de esa Otra mujer que sabe sobre el Otro sexo. Por eso Lacan señala que muchas veces el hombre de la mujer histérica es un “hombre de paja”, es un “prestanombre”, con el que ella se identifica, pero para saber sobre la Otra mujer, que sabe sobre el Otro sexo. Es la razón por la que en el psicoanálisis se suele decir que el objeto de interés de la mujer histérica es un objeto “homosexual”, en el sentido de que no es el hombre sino la Otra mujer. Lacan en un texto de 1957 llamado El psicoanálisis y su enseñanza lo describe del siguiente modo: “la histérica (…) ofrece la mujer (…) al hombre del que toma el papel sin poder gozarlo” (2014 [1957], p. 425). Esta Otra mujer de la fantasía de la mujer histérica, la enemiga, la usurpadora, es por lo general una mujer que la ha “privado”, escribe Rosa Yurevich (2016, pp. 43-44), siguiendo a Lacan en el Seminario 17. ¿Qué significa esto? Que se trata de una mujer que le ha hecho ver a la histérica, con absoluta claridad, lo que no tiene.

¿Qué ocurre en el caso de los hombres histéricos? ¿Acaso podemos ver, en los celos hacia un hombre del entorno de su mujer, su identificación con éste? El hombre histérico querría también saber sobre el Otro sexo, y para ello se dirigiría a la Otra mujer, pero a la Otra mujer que hay en su mujer, y para ello se identifica con ese otro hombre. Esto quizá explique también las “amistades” –entre comillas– tan devotas de algunos hombres, su identificación con ciertos amigos o compañeros que sí tendrían acceso a las Otras mujeres –con mayúscula–, a las verdaderas mujeres que sí saben sobre el Otro sexo.

Recuerdo aquí una puntuación en un libro de nuestro colega Juan Carlos Indart. Si para Freud la histeria son dos, desde esta perspectiva de Lacan, la histeria son tres: el sujeto histérico, el hombre de paja al que se identifica y la Otra mujer.

Hasta aquí podemos concluir que el síntoma histérico, el síntoma del Otro, el síntoma que el sujeto histérico toma de otro, cumple la función de sostener el cuerpo y, a la vez, de interrogación respecto del Otro sexo.

Gracias al síntoma del Otro, el sujeto histérico sostiene su cuerpo e intenta responder a su pregunta por el Otro sexo. Siendo que se dirige al Otro para encontrar su solución, ese Otro debe acogerlo, y la condición es que le falte.

El sujeto histérico es paradójico, y es algo que no conviene olvidar. Se presenta con una dureza que esconde fragilidad, o se presenta desde la fragilidad y no por ello es menos duro.
Son sujetos que denuncian, que reclaman, que se quejan del mundo y de los demás, pero siempre desde la “Bella indiferencia”, es decir, sin querer comprometerse en algo para mejorar y sin preguntarse ni ver cómo participan de ese desorden. Pueden ser agresivos, intrigantes (que enredan, que embrollan), sospechan. Sin embargo, paradójicamente, buscan un lugar en el Otro, quieren ser admitidos, alojados. Dice Jacques-Alain Miller: “Cuando un sujeto histérico viene a vernos, viene a buscar un lugar en el Otro, y es así como debemos recibirlo: como a un sujeto que viene a buscar un lugar en el Otro y que puede encontrarlo” (2012 [1983], p. 97).

Por otro lado, se presenta también desde la falta: me falta, no tengo, no sé, nada me resulta… Como siempre imagina que el otro de quien se queja, a quien reclama o a quien denuncia –incluyendo al analista–, es un otro completo, al que nada le falta, piensa que “su deber es tomar la falta a su cargo y mostrarla” (Miller, p. 98): Yo le voy a enseñar a usted lo que es la falta, lo que es no estar completo. Y lo enseña mostrándose él mismo en falta pero a su vez mostrándole al Otro su propia falta. Por eso si uno le ofrece algo directamente, lo rechaza, o adopta frecuentemente la posición de estar como “a un costado de la humanidad” (Miller, p. 97), a un costado del grupo: Lo que me ofrezcan, eso no es. Por tanto, los sujetos histéricos disponen de muchos semblantes para tomar la falta a su cargo y mostrarla. Miller aconseja “respetar sus semblantes y permitirles fabricar y producir su dinero falso”. “Dinero falso” quiere decir esos múltiples semblantes. Y agrega: “hay que respetar ese juego porque no es una trampa sino un deseo” (Miller, p. 98). No es que el sujeto histérico nos quiera engañar. Es que tiene un deseo, el deseo de un deseo, el deseo de que el Otro tenga un deseo, el deseo de que al Otro algo le falte, y así lo aloje. Antes de ofrecerle soluciones, como si todo lo supiéramos, de lo que se trata en la dirección de la cura con el sujeto histérico, es de probarle “que el analista no es ese A completo demostrándole la existencia de un deseo. (…) Todo está en la manera, en el cómo demostrarlo, peculiar según cada ocasión. Pero es un momento inevitable en el análisis del sujeto histérico” (pp. 98-99), advierte Miller.


Sólo un analista lo suficientemente analizado, que se puede separar él mismo de su posición histérica, puede respetar ese juego, puede respetar esos semblantes, sin imaginar que su paciente es un otro completo que lo quiere engañar.


Referencias:

Freud, S. (1999). Estudios sobre la histeria. Obras completas, Volumen II. Buenos Aires: Amorrortu editores, 1895.
Freud, S. (2001). Psicología de las masas y análisis del yo. Obras completas, Volumen XVIII (pp. 63-136). Buenos Aires: Amorrortu editores, 1921.
Indart, J. y otros (2002). Histeria: triángulo, discurso, nudo. Buenos Aires: Vigencia.
Lacan, J. (2014). El psicoanálisis y su enseñanza. Escritos I (pp. 411-430). Buenos Aires: Siglo Veintiuno, 1957.
Lacan, J. (2013). El seminario de Jacques Lacan: libro 17: el reverso del psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós, 1969-1970.
Miller, J.A. (2012). Dos dimensiones clínicas: Síntoma y fantasma. Conferencias porteñas: tomo I Desde Lacan (pp. 65-124). Buenos Aires: Paidós, 1983.
Yurevich, R. (2016). Histerias. Buenos Aires: Grama ediciones.

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